Por Lucía Gorricho y Lorena Ravalli*
El viernes 8 de febrero estuvieron en el Centro Cultural América Libre dos maestras de la EPB N° 57 de Quilmes, quienes nos contaron la experiencia de su escuela no graduada en una charla compartida con maestras, directoras, profesores, profesoras de Mar del Plata y demás personas interesadas en la temática. Mónica Pérez y Gabriela Gallardo trasmiten seguridad sin dar grandes certezas ni recetas. Tienen una profunda humildad pero mucha convicción. A pesar de que ambas ocuparon cargos directivos en la escuela, no usan lenguaje académico ni burocrático, tampoco estrictamente político. Hablan de los “pibes” para referirse a los 600 alumnos que reciben en la escuela diariamente y comparten muchas anéctodas cotidianas que no sólo dan credibilidad a lo narrado, sino que logran convencer de la viabilidad y de la justeza de este proyecto.
La escuela primaria básica nº 57 se encuentra en San Francisco Solano, partido de Quilmes, conurbano bonaerense, provincia de Buenos Aires. Uno de los lugares de mayor concentración poblacional, pobreza y exclusión social del país. Esta escuela no escapa a la realidad de las demás escuelas provinciales que todos conocemos: fue víctima de la aplicación de la Ley federal de educación, del vaciamiento presupuestario, del hostigamiento mediático y del descrédito de la escuela pública. Sin embargo, tiene características que la transforman en una experiencia para transmitir y en una esperanza para todos aquellos que soñamos y creemos que es posible otra educación.
En 1991 la escuela tenía un altísimo número de alumnos repetidores (un 54% de desfasados en edad en correlación al grado de base) lo que llevaba frustraciones tanto para quienes aprendían como para quienes enseñaban. Fue así que se generaron espacios de participación para el debate y el intercambio acerca de modalidades de enseñanza, aprendizaje, diagnóstico, evaluación, etc. con el fin conseguir estrategias superadoras de corto, mediano y largo plazo de esta problemática. Esta extraordinaria experiencia educativa surgió en torno a la necesidad de responder este interrogante: “¿qué es lo que fracasa?”. Y si bien hubo personas que se podrían identificar como vehiculizadoras de la experiencia, “Se produjo un giro sustancial en relación a los modelos tradicionales: el “dirigir” la institución apoyado en lo colectivo”[1]
La Dirección de la escuela propuso entonces la iniciativa a los EOE (Equipos de orientación escolar) y en 1993 el proyecto completo se puso en marcha. Al principio fue caótico. Alumnos y alumnas iban y venían por los pasillos ya que las maestras al calor de la práctica, consideraban cuáles de los chicos deberían estar en un grupo y no en otros, dependiendo de sus necesidades. Se llevaban planillas por doquier, diagnósticos en detalle con infinidad de casilleros, se hacían reuniones eternas. En un momento lo que reinaba era especialmente la confusión, pero estaba siempre presente la convicción de que iban por el buen camino, que estaban haciendo lo correcto. Fue así que la deserción fue bajando, que los alumnos subieron su autoestima y se encontraron más cómodos en sus grupos (ya no hay repetidores) Las inspectoras no tenían muchos argumentos: si los chicos aprenden y los padres no se quejan no hay a qué retrucar. La historia es de una gran simpleza cuando se esconde detrás una enorme voluntad de cambiar.
Las diferencias: los alumnos son de todas y todos y todas podemos
En la charla nos contaban que Baquero (profesor de las Universidades de Buenos Aires y Quilmes y autor de diversas publicaciones en psicología educacional) estuvo casi un año recorriendo los pasillos y las aulas de la escuela y les decía a modo de conclusión: “Lo que realmente transforma a esta escuela en una escuela distinta al resto es la forma en la que se construyen los vínculos”. No está instalada la idea de que sola una educadora tendrá que luchar con la educación de todo un grupo de niños y niñas que se niegan a aprender, sino que por el contrario, entre todas, buscan la mejor forma de que nuestros chicos y chicas, disfruten de la libertad que tiene apoderarse del conocimiento. Ellos ya no compiten: ahora trabajan en grupo, saben que, como decía Freire: “Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, podemos aprender siempre”.
Se diagnostica y planifica en forma conjunta. No hay sanciones: ni libro, ni firmas, ni amonestaciones y la escuela cuenta con una matrícula de 600 alumnos y alumnas en un distrito con los índices de “delincuencia” más altos del país. Las condiciones son realmente adversas. Esa misma tarde, Marcelo -uno de nuestros compañeros, docente de Mar del Plata- llevó a las maestras a recorrer la ciudad y a diferencia de los que hacen los miles de turistas que nos visitan habitualmente, ellas pidieron conocer la ciudad oculta, la zona dónde prevalece la marginación y la pobreza y así hicieron la recorrida por nuestras villas y la periferia local. La idea era poder comparar y que entendiéramos desde dónde estaban trabajando ellas. Mónica -maestra legalmente jubilada que está presente desde los orígenes y que continúa vinculada con la escuela 57 sólo por amor al proyecto- nos dijo: “nada de lo que vimos acá es tan pobre como la situación en la que viven nuestros chicos, algunos duermen en cajas de cartón”.
La comunidad cree que funcionar sin grados ayuda a que los niños se valoren más como individuos y, por lo tanto, les sea más fácil aprender. Gabriela, nos decía: “Si un nene repitió dos veces segundo grado lo que hay que hacer es ponerle un críquet debajo y levantarle la autoestima”. Con respecto a la manera de evaluar, otra frase quedó resonando en nuestras cabezas: “evaluamos para ver qué saben los chicos, y no para comprobar qué cosas no saben”. Una verdadera demostración de lo que es la educación: correr el eje del disciplinamiento, el castigo y la amenaza hacia el aprendizaje y el diálogo. El evaluar se constituye así en una herramienta de utilidad que fortalece las ganas de seguir aprendiendo y de seguir enseñando.
La estructura
La forma en la que se organiza la escuela es la primera pregunta que surgió y nos dijeron: “lo dejamos para el final a propósito, queremos que se den cuenta que no es lo más importante”.
La escuela se organiza en dos niveles: el primero llamado Alfabetización en el cual el objetivo es aprender a leer y escribir y el segundo llamado Nivelación, en el que se adquieren el resto de los contenidos que se exigen en los CBC (Contenidos Básicos Comunes) de la Provincia de Buenos Aires. También hay un grupo que se denomina Grupo abierto, conformado por chicos con situaciones especiales como por ejemplo alguien que recién empieza la escuela pero tiene diez años, o algún alumno que tiene doce años y todavía no sabe leer. Al ser el idioma transversal a todas las materias, cualquier actividad es una excusa para escribir. Mónica, a modo de ejemplo, nos contó que cuando los alumnos y alumnas hacen una actividad con la maestra de plástica, la consigna siguiente es “contar en forma escrita lo que hice en la hora de plástica”.
Pero no todo es un paraíso. Para que esta escuela salga adelante se necesita del compromiso activo del cuerpo docente. Se necesita del trabajo colectivo, de escuchar ideas ajenas y de comunicar las propias. Se necesitó reunirse después de hora. Juntarse los sábados y hasta los domingos. Salir a caminar el barrio para compartir el proyecto con las familias. Todo por el mismo salario que recibimos quienes trabajamos en educación en el suelo bonaerense.
En los actos públicos (el lugar donde se ofrecen las horas vacantes para ingresar en el Estado) no se hace mención a las características de la escuela y las maestras llegan sin ideas previas acerca del lugar a donde van a trabajar. Es así que muchas que vienen formadas al estilo tradicional no se adaptan. Sin embargo, la mayoría de las maestras están conformes con la estructura y el funcionamiento general, no sólo por cuestiones ideológicas, sino porque es más fácil enseñar y más reconfortante: los conflictos con los chicos no son moneda corriente y las maestras se sienten más contenidas y acompañadas por sus pares.
Las “apóstolas” de la educación por el cambio social
Al terminar la charla y luego de un gran intercambio de ideas, preguntas, catarsis y dudas Mónica aclaró: “Quiero decir antes de terminar que no hacemos esto porque sí, porque somos apóstoles de la educación ni por mandato divino. Nosotras hacemos política. Creemos en la necesidad del cambio social”. Está claro que hay quienes no saben por qué educan y quienes sí. A veces es bueno parar la pelota y mirar para donde estamos yendo, no sea cosa que estemos pateando para el arco contrario. Hay docentes que ni se preguntan el destino de sus alumnos, que no les preocupa el poder de los valores que están transmitiendo, que no saben el marco teórico desde donde enseñan, que no saben si su trabajo le está sirviendo a alguien, a nadie, a otros, a quienes. No es el caso de estas maestras de Quilmes. Saben que deben dar la mejor educación a quien no puede pagarla. Saben que los pibes educados tendrán elementos para defenderse. Saben que la educación podrá llevar a estos chicos a organizarse y que la organización es el único camino para la transformación de un país. Para que no haya más una EPB 57 rodeada de pobreza. Para que cada chico tenga su hogar digno, su plato de comida y el bienestar que nos merecemos como pueblo.
* Miembros del Grupo Docente en América Libre. Para contactarnos: http://docentesamericalibre.blogspot.com
El viernes 8 de febrero estuvieron en el Centro Cultural América Libre dos maestras de la EPB N° 57 de Quilmes, quienes nos contaron la experiencia de su escuela no graduada en una charla compartida con maestras, directoras, profesores, profesoras de Mar del Plata y demás personas interesadas en la temática. Mónica Pérez y Gabriela Gallardo trasmiten seguridad sin dar grandes certezas ni recetas. Tienen una profunda humildad pero mucha convicción. A pesar de que ambas ocuparon cargos directivos en la escuela, no usan lenguaje académico ni burocrático, tampoco estrictamente político. Hablan de los “pibes” para referirse a los 600 alumnos que reciben en la escuela diariamente y comparten muchas anéctodas cotidianas que no sólo dan credibilidad a lo narrado, sino que logran convencer de la viabilidad y de la justeza de este proyecto.
La escuela primaria básica nº 57 se encuentra en San Francisco Solano, partido de Quilmes, conurbano bonaerense, provincia de Buenos Aires. Uno de los lugares de mayor concentración poblacional, pobreza y exclusión social del país. Esta escuela no escapa a la realidad de las demás escuelas provinciales que todos conocemos: fue víctima de la aplicación de la Ley federal de educación, del vaciamiento presupuestario, del hostigamiento mediático y del descrédito de la escuela pública. Sin embargo, tiene características que la transforman en una experiencia para transmitir y en una esperanza para todos aquellos que soñamos y creemos que es posible otra educación.
En 1991 la escuela tenía un altísimo número de alumnos repetidores (un 54% de desfasados en edad en correlación al grado de base) lo que llevaba frustraciones tanto para quienes aprendían como para quienes enseñaban. Fue así que se generaron espacios de participación para el debate y el intercambio acerca de modalidades de enseñanza, aprendizaje, diagnóstico, evaluación, etc. con el fin conseguir estrategias superadoras de corto, mediano y largo plazo de esta problemática. Esta extraordinaria experiencia educativa surgió en torno a la necesidad de responder este interrogante: “¿qué es lo que fracasa?”. Y si bien hubo personas que se podrían identificar como vehiculizadoras de la experiencia, “Se produjo un giro sustancial en relación a los modelos tradicionales: el “dirigir” la institución apoyado en lo colectivo”[1]
La Dirección de la escuela propuso entonces la iniciativa a los EOE (Equipos de orientación escolar) y en 1993 el proyecto completo se puso en marcha. Al principio fue caótico. Alumnos y alumnas iban y venían por los pasillos ya que las maestras al calor de la práctica, consideraban cuáles de los chicos deberían estar en un grupo y no en otros, dependiendo de sus necesidades. Se llevaban planillas por doquier, diagnósticos en detalle con infinidad de casilleros, se hacían reuniones eternas. En un momento lo que reinaba era especialmente la confusión, pero estaba siempre presente la convicción de que iban por el buen camino, que estaban haciendo lo correcto. Fue así que la deserción fue bajando, que los alumnos subieron su autoestima y se encontraron más cómodos en sus grupos (ya no hay repetidores) Las inspectoras no tenían muchos argumentos: si los chicos aprenden y los padres no se quejan no hay a qué retrucar. La historia es de una gran simpleza cuando se esconde detrás una enorme voluntad de cambiar.
Las diferencias: los alumnos son de todas y todos y todas podemos
En la charla nos contaban que Baquero (profesor de las Universidades de Buenos Aires y Quilmes y autor de diversas publicaciones en psicología educacional) estuvo casi un año recorriendo los pasillos y las aulas de la escuela y les decía a modo de conclusión: “Lo que realmente transforma a esta escuela en una escuela distinta al resto es la forma en la que se construyen los vínculos”. No está instalada la idea de que sola una educadora tendrá que luchar con la educación de todo un grupo de niños y niñas que se niegan a aprender, sino que por el contrario, entre todas, buscan la mejor forma de que nuestros chicos y chicas, disfruten de la libertad que tiene apoderarse del conocimiento. Ellos ya no compiten: ahora trabajan en grupo, saben que, como decía Freire: “Todos nosotros sabemos algo. Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, podemos aprender siempre”.
Se diagnostica y planifica en forma conjunta. No hay sanciones: ni libro, ni firmas, ni amonestaciones y la escuela cuenta con una matrícula de 600 alumnos y alumnas en un distrito con los índices de “delincuencia” más altos del país. Las condiciones son realmente adversas. Esa misma tarde, Marcelo -uno de nuestros compañeros, docente de Mar del Plata- llevó a las maestras a recorrer la ciudad y a diferencia de los que hacen los miles de turistas que nos visitan habitualmente, ellas pidieron conocer la ciudad oculta, la zona dónde prevalece la marginación y la pobreza y así hicieron la recorrida por nuestras villas y la periferia local. La idea era poder comparar y que entendiéramos desde dónde estaban trabajando ellas. Mónica -maestra legalmente jubilada que está presente desde los orígenes y que continúa vinculada con la escuela 57 sólo por amor al proyecto- nos dijo: “nada de lo que vimos acá es tan pobre como la situación en la que viven nuestros chicos, algunos duermen en cajas de cartón”.
La comunidad cree que funcionar sin grados ayuda a que los niños se valoren más como individuos y, por lo tanto, les sea más fácil aprender. Gabriela, nos decía: “Si un nene repitió dos veces segundo grado lo que hay que hacer es ponerle un críquet debajo y levantarle la autoestima”. Con respecto a la manera de evaluar, otra frase quedó resonando en nuestras cabezas: “evaluamos para ver qué saben los chicos, y no para comprobar qué cosas no saben”. Una verdadera demostración de lo que es la educación: correr el eje del disciplinamiento, el castigo y la amenaza hacia el aprendizaje y el diálogo. El evaluar se constituye así en una herramienta de utilidad que fortalece las ganas de seguir aprendiendo y de seguir enseñando.
La estructura
La forma en la que se organiza la escuela es la primera pregunta que surgió y nos dijeron: “lo dejamos para el final a propósito, queremos que se den cuenta que no es lo más importante”.
La escuela se organiza en dos niveles: el primero llamado Alfabetización en el cual el objetivo es aprender a leer y escribir y el segundo llamado Nivelación, en el que se adquieren el resto de los contenidos que se exigen en los CBC (Contenidos Básicos Comunes) de la Provincia de Buenos Aires. También hay un grupo que se denomina Grupo abierto, conformado por chicos con situaciones especiales como por ejemplo alguien que recién empieza la escuela pero tiene diez años, o algún alumno que tiene doce años y todavía no sabe leer. Al ser el idioma transversal a todas las materias, cualquier actividad es una excusa para escribir. Mónica, a modo de ejemplo, nos contó que cuando los alumnos y alumnas hacen una actividad con la maestra de plástica, la consigna siguiente es “contar en forma escrita lo que hice en la hora de plástica”.
Pero no todo es un paraíso. Para que esta escuela salga adelante se necesita del compromiso activo del cuerpo docente. Se necesita del trabajo colectivo, de escuchar ideas ajenas y de comunicar las propias. Se necesitó reunirse después de hora. Juntarse los sábados y hasta los domingos. Salir a caminar el barrio para compartir el proyecto con las familias. Todo por el mismo salario que recibimos quienes trabajamos en educación en el suelo bonaerense.
En los actos públicos (el lugar donde se ofrecen las horas vacantes para ingresar en el Estado) no se hace mención a las características de la escuela y las maestras llegan sin ideas previas acerca del lugar a donde van a trabajar. Es así que muchas que vienen formadas al estilo tradicional no se adaptan. Sin embargo, la mayoría de las maestras están conformes con la estructura y el funcionamiento general, no sólo por cuestiones ideológicas, sino porque es más fácil enseñar y más reconfortante: los conflictos con los chicos no son moneda corriente y las maestras se sienten más contenidas y acompañadas por sus pares.
Las “apóstolas” de la educación por el cambio social
Al terminar la charla y luego de un gran intercambio de ideas, preguntas, catarsis y dudas Mónica aclaró: “Quiero decir antes de terminar que no hacemos esto porque sí, porque somos apóstoles de la educación ni por mandato divino. Nosotras hacemos política. Creemos en la necesidad del cambio social”. Está claro que hay quienes no saben por qué educan y quienes sí. A veces es bueno parar la pelota y mirar para donde estamos yendo, no sea cosa que estemos pateando para el arco contrario. Hay docentes que ni se preguntan el destino de sus alumnos, que no les preocupa el poder de los valores que están transmitiendo, que no saben el marco teórico desde donde enseñan, que no saben si su trabajo le está sirviendo a alguien, a nadie, a otros, a quienes. No es el caso de estas maestras de Quilmes. Saben que deben dar la mejor educación a quien no puede pagarla. Saben que los pibes educados tendrán elementos para defenderse. Saben que la educación podrá llevar a estos chicos a organizarse y que la organización es el único camino para la transformación de un país. Para que no haya más una EPB 57 rodeada de pobreza. Para que cada chico tenga su hogar digno, su plato de comida y el bienestar que nos merecemos como pueblo.
* Miembros del Grupo Docente en América Libre. Para contactarnos: http://docentesamericalibre.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario